Relación teoría-práctica[1] (EIEB)
Muchas veces se reduce el concepto de
práctica a las acciones que las personas realizamos, pero ésta, entendida en su
sentido profundo, no está compuesta simplemente de actividades, frías, medibles
y cuantificables. La práctica es una manera de vivir en la historia y las
personas la vivimos desde nuestra cotidianeidad, con toda la subjetividad de
nuestro ser personas, que es mucho más que sólo lo que hacemos, y que incluye
por tanto lo que pensamos, intuimos, sentimos, creemos, soñamos, esperamos,
queremos...Todo lo que hacemos y vivimos tiene para cada uno de nosotros un determinado
sentido: una justificación, una explicación, una orientación, una razón de ser.
Por ello es muy importante comprender lo que hacemos y ubicar el sentido con el que orientamos ese quehacer, de allí que sea fundamental reconocer y explicitar nuestras acciones e interpretaciones, sensibilidades y convicciones. La confrontación entre ellas, nos permitirá descubrir las coherencias o incoherencias entre nuestro hacer, pensar, decir, querer y sentir.
Las interpretaciones y sentidos deben ser ubicadas en su contexto social e histórico: ideas dominantes, sensibilidades dominantes, moda, valores comúnmente reconocidos como positivos o negativos. Por ello es importante reconocer y explicitar la cercanía o distancia entre nuestros sentidos personales y los comunes en la sociedad que vivimos, de ahí que nuestra subjetividad se enfrente de manera permanente con dos posibilidades:
v Alienarse pasivamente en la corriente dominante, contribuyendo a mantener la situación establecida, o,
v Afirmarse creativamente en el momento histórico que se vive, fundamentando convicciones, interpretaciones y sentidos propios para la creación de lo nuevo.
Nuestra subjetividad, como factor activo de la transformación histórica, no sólo significa el espacio para la negación de las interpretaciones y sentidos que sostienen la vieja realidad, sino que es el espacio para una nueva ética, para la afirmación de nuevos valores y sentidos que deben expresarse en una forma de pensar y vivir, individualmente y en sociedad. Es decir, permitirnos no sólo transformar la realidad existente, sino ser capaces de crear una nueva.
En el momento histórico que vivimos, el modelo neoliberal ha logrado imponer una estructura de valores basada en la lógica del mercado: el individualismo y la competencia. La pelea de fondo de ésta época se da en el terreno de la ética: la afirmación y creación de nuevas identidades basadas en la solidaridad, la justicia, la amistad, la búsqueda de felicidad colectiva, el respeto a las personas, la armonía con la naturaleza, en suma, la búsqueda por la satisfacción no sólo de las necesidades básicas de alimentación, vivienda, salud, empleo, sino de necesidades radicales como seres humanos, que tienen que ver con la libertad, la conciencia, la socialidad, la objetivación y la universalidad. Las necesidades radicales significan la dignificación de la vida.
Para hacer efectiva la relación entre la teoría y la práctica es necesario precisar que entre la descripción de una experiencia y la reflexión teórica hay un camino intermedio que es la sistematización. Ésta representa el primer nivel de conceptualización y está encaminada a mejorar la experiencia y enriquecer la teoría.
Para que la reflexión sobre la experiencia contribuya a la construcción teórica se requiere de un método, y desde la perspectiva de la Escuela de Educación Básica Integral asumimos la concepción metodológica dialéctica.
La concepción metodológica dialéctica es una manera de concebir la realidad, de conocerla y transformarla; entiende a ésta como proceso histórico; como creación de los seres humanos que, con sus sentimientos, pensamientos y acciones, transforman el mundo de la naturaleza y construyen la historia otorgándole un sentido; como totalidad en la que las partes sólo se entienden en relación con el conjunto; en permanente movimiento, siempre cambiante y contradictoria.
Con esta concepción, acercarnos al conocimiento científico de lo social, sólo es posible desde el interior de su dinámica, como sujetos participes en la construcción de la historia, totalmente implicados de forma activa en su proceso. Para ello necesitamos intuir y comprender sus causas y relaciones, identificar sus contradicciones profundas, situar honradamente nuestra práctica como parte de esas contradicciones y llegar a imaginar y a emprender acciones tendientes a transformarla. Transformar la realidad, significa transformarnos a nosotros mismos, siendo de esta manera sujetos y objetos de conocimiento y transformación.
Es necesario descubrir, en cada proceso social, todas las relaciones y ubicar cada práctica social e histórica en una visión de totalidad. Es la reflexión la que nos permite realizar dicha interpretación. No se trata de llegar a una conclusión teórica, sino volver a la práctica, con una comprensión integral y más profunda de los procesos y sus contradicciones, para hacer conciente la práctica y orientarla hacia la transformación.
Esta visión de la realidad como una totalidad histórica, contradictoria y cambiante, producto de la práctica transformadora de la humanidad, exige un esfuerzo teórico-práctico de conocimiento y transformación y una actitud fundamental de disposición creadora, además de la convicción de que lo que hoy existe no es la única realidad posible y que no tiene sentido proponerse conocer la realidad sólo por constatar como es, sino que es necesario proponer cómo queremos que sea; que realidad podría existir. Nos implica situarnos ante la historia desde una posición profundamente crítica, cuestionadora y creadora, para enfrentar de forma activa y conciente los problemas reales.
La realidad la percibimos por medio de los sentidos. Esta es la primera forma de conocimiento y la primera fase en la formación de los conceptos. Ella nos permite captar la apariencia exterior de las cosas y las situaciones.
La percepción es un hecho activo, en el que intervienen elementos de nuestro pensamiento, nuestra memoria o nuestras emociones. Es una percepción viva, producto de nuestra implicación total como personas en los acontecimientos de la vida cotidiana.
Para pasar de la apariencia exterior de los hechos y situaciones que vivimos en nuestra realidad inmediata y penetrar sus elementos esenciales, sus causas, sus contradicciones fundamentales, es necesario que nuestro pensamiento realice un proceso de abstracción, porque esas percepciones internas son invisibles a la percepción de los sentidos.
Un proceso ordenado de abstracción nos permite analizar las percepciones, desagregar elementos y estudiarlos por separado, relacionar hechos, situaciones e ideas. Intelectualmente se puede seleccionar lo importante de lo secundario y a través de síntesis de sus características encontrar y construir conceptos y juicios cuya validez pueda ser común para varios hechos y situaciones.
El proceso de abstracción incorpora distintas operaciones lógicas de análisis y síntesis; de inducción y deducción, que se interrelacionan mutuamente. Estas operaciones lógicas se entrelazan de múltiples formas para poder llegar a afirmaciones que relacionan lo concreto con lo abstracto, las percepciones con los conceptos, las contradicciones de fondo con sus manifestaciones en los fenómenos sociales. Lo general se expresa a través de lo particular, pero es el pensamiento abstracto el que permite descubrir sus relaciones. Así se van construyendo progresivamente los aportes teóricos que, en permanente enriquecimiento mutuo, aspiran a una interpretación de la realidad de validez cada vez más general.
El pensamiento abstracto surge de nuestra implicación vital en situaciones concretas; nace de la práctica y sólo logra interpretar el sentido y el movimiento de la realidad si sirve para ubicarse en la práctica histórica y sus opciones. Por esto, la teoría nunca es definitiva ni absoluta; está siempre en construcción y recreación crítica, al servicio de la práctica transformadora y sus inéditos desafíos.
Desde la perspectiva dialéctica, no se puede separar la objetividad de la subjetividad, esta última juega un papel preponderante en la vivencia de la práctica histórica, en el esfuerzo por su comprensión teórica y en la disposición transformadora y creadora. La subjetividad se convierte en un dato objetivo de la realidad histórica social, y además, constituye el factor activo, creador, transformador y recreador de las situaciones objetivas; de los procesos histórico-sociales. En este sentido, la tarea central sería la de insurreccionar la conciencia, como factor indispensable no sólo para transformar el orden social existente, sino para crear uno nuevo.
Con la perspectiva de una manera de pensar y de vivir dialécticamente, es que la sistematización adquiere una virtud adicional: contribuir a la constitución de nuestra subjetividad; es decir, contribuir a que nos convirtamos en sujetos transformadores y creadores de la historia. Y ello es posible porque la sistematización permite dar cuenta no sólo de las acciones, sino también de las interpretaciones de las personas, sus sensibilidades y afectos, sus esperanzas y frustraciones, sus creencias y pasiones, las cuales son decisivas para otorgarle sentido a nuestra práctica.
El problema de fondo de la sistematización, que en realidad es el problema de fondo para el conocimiento y transformación de la realidad, se centra en la vinculación entre práctica y teoría.
En la Concepción Metodológica Dialéctica se encuentra la raíz de una teoría del conocimiento, de una epistemología fundada en la praxis humana, histórica y dinámica. Allí se encuentra la razón de ser de la convicción de que es posible aportar a la construcción de teoría desde nuestras prácticas particulares en los procesos sociales de educación, promoción y organización popular, y que es posible aportar con esa teoría a la transformación de la historia.
En la Concepción metodológica dialéctica se encuentra también la fundamentación del recorrido metodológico particular que deberíamos seguir en cualquier ejercicio de sistematización: partir de la práctica social que ejercemos; organizar un proceso de interpretación crítica de ella, que vaya de lo descriptivo a lo reflexivo; que realice de forma rigurosa -aunque sea sencilla- análisis, síntesis, inducciones y deducciones; que sitúe nuestro quehacer en las tensiones y contradicciones de fondo; que obtenga conclusiones teóricas y enseñanzas prácticas. Es decir, un método y procedimientos concretos que sean coherentes con su fundamentación filosófica y que permitan hacer de la sistematización, efectivamente, una interpretación crítica de nuestras experiencias y una herramienta transformadora y creadora.
Práctica y teoría, sensibilidad e imaginación, pragmatismo y utopía, rigurosidad y flexibilidad, sentido común y ética, lucidez y pasión, son componentes indispensables e inseparables de esta manera de ser en el mundo, de vivir históricamente, que hemos denominado Concepción Metodológica Dialéctica, y ella es el fundamento que hace posible y da sentido a la sistematización de las experiencias.
[1] Oscar Jara. Para sistematizar
experiencias